Faltas al hablar, o porque hablas mucho o porque hablas con impaciencia y con cólera, y así harás mucho daño. Decía San Agustín: “Mando a la mano, y obedece la mano; mando al pie, y obedece el pie; pero mando a los instintos y no me obedecen”. Así que debes comenzar por “domesticar” los instintos que afloran casi siempre en tus palabras o conversaciones.
Un padre se sentía orgulloso de su hijo. “¡Qué bueno eres, hijo mío! ¡No sé cómo lo consigues!”. El hijo le respondió: “Me veo como un campo de cultivo y procuro no dejar de crecer en él ninguna mala hierba. No es fácil, pero hay que arrancar cualquier hierbajo que brote en ella, para dar toda la savia a los frutos, a las buenas obras”. ¡La limpieza llama a la limpieza, la suciedad a la suciedad!
Julián Escobar.
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