Un joven me decía: «dejé de ir a Misa, de confesarme, de rezar porque un amigo me dijo que sin “esas cosas” me sentiría más libre y alegre. Y así fue al principio, pero ahora, unos años después, siento que soy tierra de rastrojo, inútil».
Es normal que te sientas así. Una vida que no es labrada, una vida que se aleja de Dios, se sentirá vacía, triste y ponzoñada por un obeso egoísmo.
Ser cristiano, frecuentar los sacramentos, ejercitarse en los valores cristianos, proporciona una felicidad que poseyéndola nadie podrá arrebatártela.
Julián Escobar.
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