Imagen extraída de "upload.wikimedia.org"
Un santo y anciano anacoreta tenía un discípulo joven que no dejaba de palabra y obra de molestar, siempre contradiciendo al anciano, que poco a poco se fue apagando. El anciano callaba, toleraba, sufría en silencio hasta la hora de su muerte. En los últimos minutos de su vida le dijo al joven cogiéndole las manos y besándoselas: “Benditas y dichosas manos que me habéis hecho ganar el Cielo”. Cuando se es joven se desprecia de mil maneras a los mayores o a quienes no nos gustan sin pensar que lo que hoy sembramos, mañana lo tendremos que recoger.
- ¿Modelas tus caprichos?
- ¿Atiendes con amabilidad a los que te rodean?
Julián Escobar.
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